A menudo se nos presenta la Perimenopausia como un momento mágico de empoderamiento y renovación inmediata. Como si bastara con entrar en esta etapa para sentirnos más sabias y libres.
Pero lo cierto es que, antes de llegar ahí, lo que vivimos es un duelo.
Un duelo por la mujer que hemos sido hasta ahora. Una despedida lenta y desconcertante de un cuerpo más predecible, de una mente clara y estable, de una identidad con la que nos sentíamos cómodas. La transición perimenopáusica es, en esencia, un proceso de pérdidas y de adaptación.
🧭 Las fases del duelo en la Perimenopausia.
La negación.
Al inicio, muchas pensamos: “Soy demasiado joven, no puede ser la perimenopausia”. Los primeros signos —cansancio, cambios en el ciclo, menor tolerancia al estrés— se viven como algo pasajero. Negar lo que ocurre es, en realidad, una forma de protegernos del miedo.La rabia y la confusión.
A medida que los síntomas se intensifican —insomnio, ansiedad, niebla mental, sofocos, cambios de humor inesperados—, llega la sensación de no tener control sobre nuestro cuerpo ni sobre nuestras emociones. Esa pérdida de control despierta rabia, frustración y muchas preguntas sin respuesta.La tristeza.
Este es quizá uno de los momentos más difíciles: sentir que hemos perdido algo valioso. La vitalidad de antes, la claridad, la seguridad en nosotras mismas. Aparece un cansancio extremo y una sensación de vacío. La tristeza, a menudo, no es reconocida ni validada, pero es parte natural de la transición.La aceptación y la adaptación.
Con el tiempo, con información clara y el apoyo adecuado, empezamos a integrar los cambios. Aprendemos a escucharnos, a sostenernos con nuevos recursos, a soltar exigencias que ya no tienen sentido. No se trata de volver a ser “quien éramos”, sino de permitirnos ser de otra manera.
La Perimenopausia no es un tránsito lineal ni predecible. Es un proceso que duele, descoloca y cambia nuestra manera de estar en el mundo. Como en todo duelo, lo más duro no es solo lo que se pierde, sino la sensación de no tener un mapa ni un lenguaje para entenderlo.
Por eso, vivirlo en silencio lo hace aún más pesado. Compartir lo que sentimos, buscar apoyo y reconocer que no estamos solas transforma la experiencia.
🌱 Mirando hacia adelante.
Hoy sé que no hay un final definido ni un “nuevo yo” que aparezca de repente. Pero cuando observo a mujeres que ya han recorrido este camino, encuentro esperanza.
Las miro con respeto: parecen más tranquilas, más conectadas a lo que necesitan, menos atrapadas en la urgencia de demostrar o de cuidar a todo el mundo antes que a ellas mismas.
En sus rostros veo menos ruido y más calma. Menos prisa y más presencia.
Esa imagen me recuerda que, aunque el duelo sea duro y a veces desbordante, también abre la puerta a una nueva manera de estar en la vida: más auténtica, más centrada y más consciente.
Estoy aquí para caminar contigo en este proceso. No para evitar el duelo, sino para acompañarte a atravesarlo con cuidado, claridad y herramientas que te sostengan.
